sábado, 28 de abril de 2018

«Cosas» de mujeres


Supongo que me habrás oído hablar por teléfono con Ada. Yo ya sé que ella no acepta que se le diga según qué pero ¿qué iba a hacer si no? Y entiendo que me pongas cara de «cómo se te ocurre» pero ¿me entiendes tú a mí? ¡Concho, que es mi nieta! Y todo esto que está pasando me asusta. Que ya paso de los treinta, Carmina, me ha dicho, ¡que ya no soy ninguna perita en dulce! Y se reía la muy… 

Nunca me ha preocupado que estén lejos, ellos tienen que hacer su vida y punto; más bien son ellos los que se inquietaban por mi salud y mi autonomía. Pero ahora viviría más tranquila si pudiera estar allí. Si fuera por mí, cogería un tren ahora mismo y me plantaría en su casa. 

No, no, no. Ya sé que no es una chiquilla, ya sé que no le gusta demasiado sociabilizar con desconocidos, que no le va a pasar eso mismo que a la pobre criatura de los San Fermines; pero después de que los jueces —tres jueces, uno de ellos mujer— dijeran lo que han dicho, es como si nosotras valiéramos menos, como si lo que a nosotras nos pueda suceder en manos de un hombre fuera algo secundario, como si fuera casi natural, ¿a ti no te lo parece? Y vete a saber si eso no animará a otros descerebrados que hasta este momento se habían contenido por miedo a pudrirse en la cárcel. ¿En qué estarán pensando algunos hombres, digo yo? 

Padre, con todo lo serio que era, cuando le hablaba de rumores que corrían por el pueblo siempre acababa sentenciando: «A todos los tontos les da por lo mismo». Yo me lo tomaba como un exceso de soberbia por su parte; padre, aunque se cuidara mucho de que se le notara, en el fondo miraba al resto por encima del hombro, convencido de que eran víctimas de su propia ignorancia pero si lo pienso bien, algo de razón tenía. ¿Acaso no está en la cabeza de cada uno evitar que se cometa ese tipo de vilezas? 

Ada, cariño, le he dicho, ten mucho cuidado. No, escúchame, anda, que ese barrio tuyo por la noche es muy solitario, no salgas sin los perros. ¿Los perros? Ha dicho ella otra vez a punto de reír, ¡estos solo muerden si les tocas la comida! ¡Voy apañada si dependo de ellos!. Yo ya la he dejado por imposible porque veía que cuanto más le dijera, menos en serio se iba a tomar el tema; me he quedado callada y entonces, al cabo de unos segundos ha sido ella la que ha hablado: 

«Carmina» ha susurrado «el desgraciado al que se le ocurra ponerme una mano encima, primero tendrá que matarme». 

Y por eso no tengo ganas de cenar. Acábate el pienso y vete a tu capazo que hoy no hay tele. 


(Un fuerte abrazo para TODAS)

domingo, 8 de abril de 2018

Brunch


Bryn ha estado en Cardiff unos días visitando a sus niñas. Cuando pasó por casa al volver del aeropuerto estaba más pálido de lo normal y tenía una expresión triste. No me gusta verlo así.
— Tendrías que salir por ahí de vez en cuando para animarte.
— Ya sé, ya sé…
— Y así conoces alguna chica.
— Carmina… 
Se fue para su casa y pasó tres días sin dar señales de vida. Yo estaba tranquila porque desde mi jardín oigo todos sus trajines: la radial, el soplete, los martillazos... Me lo imaginaba lleno de polvo y con virutas por todo el pelo, enfrascado en alguna de sus esculturas; cuando está bajo de ánimo se refugia en sus fases creativas y ni come ni duerme. Pero al cuarto día vi aquellas botellas de whisky vacías junto al contenedor del vidrio y no me gustó nada. Le estuve dando vueltas; no quería llamarle por teléfono o escribirle, me parecía demasiado intrusivo y Bryn es muy sensible. Al final me decidí a escribirle una notita y pasársela bajo la puerta: 

Vente a comer mañana. Haré algo rico y calentito. 

Carmina 

Prometo no hablarte más de mujeres. 

Esa misma tarde me pareció escuchar su bicicleta en dirección al pueblo. No acerté a verlo por más que corrí hacia la ventana. Y entonces vi a Raspa jugueteando con algo que había por el suelo. Parecía una nota de papel. Cuando por fin pude arrebatársela, estaba toda arrugada: 

Ven tú sobre las 12. No traigas nada. Yo cocino. 

Bryn

Me recibió con el pelo recogido en uno de sus moñitos con un bastoncillo clavado. Estaba aún más flaco que cuatro días atrás, pero sonreía. «¡Vualá!», exclamó al mostrarme la mesa llena de platitos y bandejas: huevos revueltos, verduras a la plancha, un surtido de quesos, tostadas, mantequilla, tres tipos de mermelada, tortitas, champiñones salteados, alubias, puré de patata, salchichas, beicon, salsa de chocolate, café… Me dijo que era un brunch, pero la palabra que a mi entender mejor describía semejante despiporre de comida no era otra que barbaridad. Aunque el muchacho se había tomado tantas molestias que le di las gracias mientras trataba de recordar si tenía de sal de frutas en casa. 
— Con las niñas hemos tomado brunch todos los días —empezó a decir mientras me servía una taza bien generosa de café. Él es el único que no me sermonea con el café. Luego murmuró sin levantar la vista— Las echo de menos. —Le sujeté la mano sin decirle nada. Sentí que ese simple gesto le reconfortaba.
— Con lo buen mozo que eres, seguro que podrías encontrar a una buena chica ¡Ay, perdona! —exclamé de pronto—. Te dije que no me iba a meter en tus cosas. —Tendí la mano para que me pasara el tarro de la miel. Era oscura y muy espesa—. Una chica o un chico, ¿eh? —dejé ir mientras hundía la cuchara y me embargaba el olor a miel de romero—. Que yo no tengo prejuicios.
— Carmina, me lo has prometido. 
Me serví una ración de alubias con salsa. De verdad que calladita estoy más guapa. 


A cuidarse.