miércoles, 26 de julio de 2017

Novela negra


Mi historia con la novela negra es muy corta. Y no me refiero a los tiempos en que leía a (la genial) Patricia Highsmith y aún se pagaba con pesetas, me refiero a la nueva hornada de obras y autores que se puso de moda hace unos años.

Recuerdo el boom de la novela histórica. Me la leí toda: la buena, la no tan buena y varios churros infumables por aquello de que soy incapaz de abandonar un libro aunque sea un auténtico martirio (restos del naufragio de mi fallida educación cristiana). Así que cuando todo el mundo empezó a volverse loco con la novela negra, yo le pedí consejo a Antoni, mi librero de confianza:
—¿Novela negra?. Los suecos —concluyó él.
—¿Los de IKEA?
Salí de allí con «Los hombres que no amaban a las mujeres» bajo el brazo. Era viernes por la tarde. El lunes a primera hora entraba de nuevo en la librería. Antoni me miró de reojo con una sonrisilla que no supe interpretar hasta el momento en que me dijo:
—Vienes a por más. ¿A que te ha gustado?
—¿«Los hombres que no amaban a las mujeres»? —respondí sacando el libro de mi bolso.
—Sí —insistió él conteniendo su entusiasmo—. ¿Qué te ha parecido?
—Me ha parecido que, efectivamente, los hombres no amaban a las mujeres. —Él me miró con los ojos abiertos e inmóviles, sin saber qué decir—. Nunca en la vida había leído tantas barbaridades juntas —le espeté a continuación—. Con lo vieja que soy y jamás había imaginado siquiera que se pudiera tratar a las mujeres con tanta crueldad. —Estaba encendidísima.
—Pero, pero… —balbució él— si ha tenido muchísimo éxito.
—Lo que tú digas —le respondí acercándole el libro— pero no quiero volver a verlo.
—A ver, Carmina —replicó deteniendo mi gesto amablemente con una mano y limpiándose el sudor de la frente con la otra—, a lo mejor es que tenías unas expectativas diferentes pero esta saga ya forma parte de la historia de la novela negra y de la nueva generación de escritores nórdicos.
—Se les da mejor lo de los muebles.
—Mira, vamos a hacer una cosa: si te animas a darle otra oportunidad, tengo aquí mi ejemplar de la segunda parte de la saga. Te lo presto para que te lo leas con calma. Sin prisa. Te prometo que vale la pena. Preparas una infusión, te sientas en tu butaca…
Yo lo miraba incrédula. Con la que acababa de caerle y aún insistía con esa paciencia infinita. Por un momento revisé mentalmente la escena que acababa de producirse, mi actuación de gallina enloquecida; tal vez me había pasado. Y es que tengo que reconocer que soy muy sentida y que algunas expresiones de maldad o de violencia me dejan fuera de combate. 
—¿Cómo se titula? —le pregunté con desgana.
—Ya sabes que los títulos son un reclamo comercial.
—¿Y se titula?
—«La chica que soñaba con una cerilla y un bidón de gasolina»
Y ahí acabó mi relación con la novela negra.


A cuidarse.

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